martes, 17 de enero de 2012

El Estado del malestar.

Hay algo en la sociedad humana que no funciona. Hay muchas cosas, en realidad, pero hoy centrémonos en una: hablemos de las profesiones, de lo que tiene que hacer una persona para ganarse la vida.

¿Qué pasa cuando alguien demuestra que no está capacitado para llevar a cabo su cometido? Peor aún, ¿qué pasa cuando no acepta las responsabilidades que conlleva su trabajo? Nada, al parecer. Puede que una sanción. Una sorda repudia colectiva, quizá. Luego, sigue haciendo lo mismo.

Se diría que un camionero es un profesional de la conducción, una persona capaz de manejar con mesura y maestría un vehículo de gran tonelaje por vías usadas por conductores menos expertos. Si un señor que lleva un camión te adelanta en línea continua cerca de una curva sin visibilidad, obligándote (además) a apartarte porque se incorpora antes de hora… ¿puede seguir siendo un camionero? Si un juez dicta una sentencia a sabiendas de que está siendo injusto, obviando pruebas que no quiere aceptar por razones que no atañen en absoluto a la lógica… ¿puede seguir siendo juez? Si un político, quien debería ser un ejemplo para todos, ha hecho una mala gestión y como consecuencia miles (o millones) de personas se ven perjudicadas… ¿puede seguir siendo político? Es más… ¿Puede quedar sin castigo?

La gente, en general, tiende a pensar que en la justicia falla, o que los políticos son unos corruptos. Pero no es exactamente así, no es tan simple. Lo que falla en ellos es lo mismo que falla en todas partes y lo que nadie parece dispuesto a arreglar. Lo que falla es la asunción de responsabilidad, la ausencia de consecuencias: la impunidad. Eso que más que un concepto virtuoso parece ser un elemento presente en la composición química del aire: todos sabemos que está ahí, flotando en el ambiente.

Nadie ha pensado que los seres humanos tienden a la irresponsabilidad por naturaleza y que si no hay nada ni nadie que vele por el cumplimiento de las responsabilidades de cada uno, los individuos seguirán viviendo peligros de muy diversos tipos. Porque para las personas de bien, no debe de ser nada fácil vivir en una sociedad putrefacta cuyas normas son solo para el que no tenga escrúpulos para saltárselas. Una sociedad donde quien se porta mal recibe su merecido y donde quien se porta muy mal recibe su merecido monumento. Una sociedad perfecta para el “listo” que sepa robar todo cuanto pueda, para el espabilado que siempre encuentra el resquicio para escaquearse. O para aquel que, tras años de ganarse un muy buen sueldo, en el momento álgido para con sus responsabilidades, coge un bote y deja a unos pocos miles de personas a su suerte en un barco a la deriva.