lunes, 12 de julio de 2010

Veranito.

Ya estamos. Llega el verano. Como si se tratara de un fenómeno de la naturaleza, un extraño mecanismo se activa cuando las temperaturas se elevan a las cotas esperables en estas fechas y latitudes. No se sabe muy bien cómo ni porqué, empiezan a repetirse una serie de hechos inexplicables y comienzan a cumplirse a rajatabla unas normas que nadie sabe quién inventó (afortunadamente para éste).

La primera de ellas afecta al lenguaje. Aunque en los medios escritos sigue constando como válida la palabra “fresco”, la gente no parece reconocer dicha palabra sin un gran esfuerzo. Ha sido substituida por “fresquito”.

Los intrépidos reporteros televisivos que amenizan nuestras tardes de hastío se sienten imbuidos por una extraña fiebre que les lleva a buscar con presteza todas las dietas habidas y por haber, como si de repente la gente hubiera olvidado que existen, o que las de otros años siguen siendo válidas.

Los directores de informativos se vuelven incrédulos repentinamente, pues comprueban con firme obsesión qué temperatura hace (fuera de los estudios, claro), como si no dieran crédito a que haga calor en Agosto. En su desesperación por intentar convencernos de que este hecho es una noticia remarcable, siempre acaban sacando del sombrero algún inexplicable record de temperatura que no se superaba desde hace cincuenta años (¿salvo el año pasado? ¿Y el otro…?).

Luego están esos seres oscuros que desde sus escondrijos nos dicen con entusiasmo cual es la canción con la que van a torturarnos sin descanso, a base de insufribles repeticiones. ¿Quiénes son? ¿Porqué tiene que haber “canción del verano” si no hay “canción del otoño”? ¿O es un instrumento más de idiotización de las masas? De otro modo no se explicaría que sea escogida (todavía no sé muy bien cómo), de entre un penoso elenco de ritmillos a cada cual más cansino y aborrecible. Como si fuéramos idiotas, esos seres oscuros de pretensiones inciertas nos convencen de que es una música facilona y… fresquita (es en lo que hay que fijarse para que te guste una mierdecilla semejante, claro).

Y por supuesto, están aquellos humanos que son intrépidos y aguerridos en sus ciudades pero que adquieren una espontánea senilidad al volante en cuanto se trasladan a su lugar de vacaciones, aunque sea el de cada año y se lo conozcan al dedillo. Ni siquiera los avances de la tecnología (en forma de TomTom o similar) pueden evitar este fastidioso fenómeno.

Todo ello es aceptado con resignación y sin medidas paliativas. Se lucha contra el calor con los aires acondicionados, pero no se lucha contra el resto de inconvenientes de esta particular estación, todos ellos impuestos sin que nadie pueda encontrar un culpable o buscar una sana alternativa.