sábado, 29 de octubre de 2011

Consejos para bocazas.

¿Está cansado de que le acusen de ser un facha recalcitrante por decir las cosas tal y como son? ¿Quiere ustez decir lo que le pasa por la cabeza sin consecuencia alguna? ¡No se preocupe! Aquí tiene las claves para poder decir todas las sandeces que se le ocurran. Todo ello con impunidaz asoluta, por supuesto.

El primer recurso del que dispone es el de escudarse en la libertaz de espresión. Recuerde: esa cosa que nació como un gran logro para la libertaz pero en la que a menudo se escudan comentarios prácticamente delictivos. ¡Ustez puede decir lo que quiera!
Luego puede hacer recaer la responsabilidaz de la polémica en la intolerable actituz de los afectados. Por ejemplo, en la falta de humor o en la escesiva susceptibilidaz de éstos. “No sean ustedes tan susceptibles, al fin y al cabo, lo que dije era una pequeña broma.”
Si hasta el momento no ha tenido ésito y se sigue hablando de su comentario, no le va a quedar más remedio que recurrir a alguna falsa confesión. Ello implicará una cierta pérdida de orgullo propio, pero le será soportable. Podría aludir a los afectados por su declaración como gente cercana y amigable. “Yo tengo amigos que son tal…” “Yo en la intimidaz cual…” “Yo quiero mucho a los…” Ya sabe, cosas por el estilo.
Con estas sencillas recetas y un poco de tiempo, todo se habrá olvidado. Si todo va bien. Si no, tampoco es tan grave; siempre puede ustez llamar a la puerta de Intereconomía para participar como colaborador habitual.

Por último, una recomendación preventiva. La prósima vez que quiera hacer comentarios estúpidos (como el alivio que deberían sentir los barceloneses, pues gracias a la existencia de la Unión Europea, no hará falta que los volvamos a bombardear), asegúrese de encontrarse en una reunión de amiguitos de su propia calaña, no en un acto público.

(nota: para todos aquellos que crean ver faltas de ortografía en éste artículo, les remito al artículo anterior).

miércoles, 7 de septiembre de 2011

España: crisol de idiomas.

Cada día que pasa éste país llamado España tiene una nueva lengua. La última en aparecer, pero no la menos importante, es El Madrileño. Por el momento no es oficial, no hay diccionarios, no hay traductores... Pero todo llegará.

Seguidamente os cuento algunas de sus principales características.
- La primera es que tiene menos letras. La "X" no esiste, ha sido sustituida por la "S". En todas partes. Sin escepción.
- La "M" en la parte final de una palabra, es automáticamente sustituida por una "N". Veamos un ejemplo: la página web del futbolista “becan” sería dobleuve, dobleuve, dobleuve, punto becan, punto con.
- La "D" final en determinadas palabras ha sido incomprensiblemente sustituida por una Z aspirada. Por ejemplo, Madrid se lee Madrizh.
- Las dos "ces" consecutivas tampoco esisten. Han sido reducidas a una sola. Por ejemplo, la palabra "accesorios" sería "acesorios".
- Las letras que hay antes de las "s" en ocasiones son ignoradas con displicencia. Por ejemplo, no seria muy estraño escuchar una frase como la siguiente: para modificar la costitución, no basta con mayoría asoluta.

Probablemente hay más diferencias que todavía no he podido discernir. De todos modos, si tenemos en cuenta que ya llevamos dos diferencias más que entre el catalán y el valenciano, me veo en condiciones de ser la primera en asegurar que ya tenemos un idioma más en España.

viernes, 29 de julio de 2011

La mala educación.

Qué mal montada está la vida de los humanos. A veces tengo la sensación de que hay una especie de plan maestro para que, llegado cierto punto en la vida de una persona, ésta vea truncados todos los esquemas que se había ido haciendo previamente. Como dice aquella genial canción de Presuntos Implicados “sientes que la vida va tejiendo su traición”.
Quizá esa sensación sea resultado, en parte, de una educación inadecuada. Y es que durante el crecimiento, consciente o inconscientemente, aprendes una serie de cosas que luego no se corresponden con lo que te encuentras.

Por ejemplo. A base de ver películas y más películas (americanas), se te va metiendo en la cabeza que las cosas funcionan en base a extremos, que los buenos son muy buenos y los malos son personas calvas de dientes verdosos que ríen de forma exagerada mientras acarícian un gato persa. Una siempre tiene la tentación de seguir ese modo de pensamiento simplista, con el que las cosas son mucho más sencillas. Pero no sirve para la vida real. Las cosas están llenas de matices. Todo es relativo.

Por ejemplo. A base de jugar a videojuegos, una interioriza que con tiempo, dedicación y esfuerzo puedes avanzar y conseguir lo que te propones. Cosa que la vida te va demostrando que no es así (espero no estar revelando una terrible verdad a nadie, no quisiera sentirme como si le contara a un niño que los reyes magos no… em… bueno nada). Lamentablemente, lo único que te asegura el esfuerzo es que tarde o temprano vas a estar cansado.

Por ejemplo. Tus padres (por lo general) te enseñan que tienes que ser una buena persona. Después, tu jefe te enseña que tienes que ser un poco hija de puta. Luego, día tras día, los clientes se van ocupando de hacer desaparecer el “poco”.

Por ejemplo. Contrariamente a lo que una podía pensar, aprendes que la base del ÉXITO está en saber lavarse bien las manos. Pero no por higiene, estoy hablando de delegar las responsabilidades cual molestas moscas. De quitarse el muerto de encima sistemáticamente para cargarlo a la espalda de otro.

En fin. Prefiero dejarlo aquí. Yo soy una ladilla y tengo las cosas claras. Me meto entre los pelos y chupo sangre. Nada más. Pero no sé porqué, tengo un día de aquellos en los que me apetece buscar una densa mata de pelo para quedarme en un rincón mullido y calentito.

miércoles, 27 de julio de 2011

Estupidez Vacacionil.

En verano siempre estoy más activa. En contraste con los duros inviernos (que paso en la tupida base de los pelos), cuando aprieta el calor suelo colgarme de la punta de algún pelo largo. Desde donde, por cierto, estoy más al tanto de lo que ocurre a mi alrededor.
No se si será por ese plus de actividad, pero ya llevo unos días dándole vueltas a un tema. Y parece que por fin he llegado a la conclusión. Durante mucho tiempo he estado preguntándome si las actitudes humanas pueden medirse o incluso calcularse. ¿Las matemáticas (una de las pocas cosas humanas realmente útil e infalible), son aplicables para calcular la estupidez?

Ojo avizor desde la más larga de las pestañas, he estado atenta, pensando y pensando sin cesar, observando los comportamientos de la gente durante esta calurosa estación e intentando determinar todas las variables que podrían explicar la estupidez humana, concretamente la que manifiestan durante su periodo vacacional. Al fin, creo que lo he conseguido. ¡Señoras y señores, les presento la asombrosa fórmula de la Estupidez Vacacionil (FEV)!

EV = (t x c) + e elevado a la n.

Es una fórmula de aplicación individual, para la que tendremos en cuenta las siguientes variables:

- La temperatura ambiente (t): medida en grados Celsius.
- El precio del coche que usa (c): en dólares, por aquello de hacerlo más internacional.
- La edad del individuo (e).
- La nacionalidad (n): que tiene un valor fijo para cada país. He establecido una escala del 1 al 10, donde un español tendría un 5, un alemán un 6, un italiano un 7, un holandés un 8, un inglés un 9 y un francés un 11.

Jugando un poco con la fórmula, la conclusión parece muy clara. Un francés de 70 años con un Mercedes de última generación en un día de 38ºC es uno de los seres más insoportables que uno pueda encontrar sobre la faz de la Tierra.

Como se me va la perola. Igual no me sienta bien tanto sol.

lunes, 25 de julio de 2011

España no es Noruega.

La matanza de Oslo nos ha dejado perplejos a todos. Pensábamos que estas cosas solo pasaban en Estados Unidos, donde cualquier loco tiene armas a su disposición para matar a quien le de la gana. No aceptamos fácilmente que “aquí”, en Europa, pueden pasar estas cosas. Sin embargo, tenemos un caldo de cultivo estupendo para locos de este tipo. En Europa, si, pero también en España.

A muchos nos han llamado la atención las alusiones a España y a su gobierno del perturbado que el otro día se puso a matar gente en Oslo. Alusiones al gobierno de Zapatero, a sus ministras, etc. Alusiones que me recuerdan mucho (mucho) a las brutales sandeces que día tras día se escuchan en algunas radios, televisiones y periódicos de nuestro país. De hecho, hemos escuchado cosas mucho peores. Insultos, mentiras, exageraciones, manipulaciones. De todo tipo. Entre risitas de colegueo.

Ha llegado un punto en que lo consideramos tan normal y cotidiano que nos reímos de ello. Cogemos cortes de aquí y de allá para llenar los espacios de humor de radios y televisiones, cuando deberíamos estar buscando resquicios legales para impedir que ocurra, o deberíamos estar movilizando a los legisladores para parar esto de una vez. Pero pensamos que la libertad de expresión vale para todo, que las mentiras masivas, la manipulación intencionada de la infromación a gran escala y la creación de estados de opinión es algo que podamos tomar a la ligera. Pensamos en la mal sobrevalorada libertad de expresión y llegamos a la conclusión de que no podemos hacer nada. De manera que, como es inevitable, por lo menos nos reímos de ello. Qué risa. Qué divertido.

En España hace muchos años que se siembra odio. Aunque los mismos que se lo han trabajado durante tanto tiempo hoy miren para otro lado y se sientan muy compungidos por lo que ha pasado (de cara a la galería), siguen estando ahí. Dejarán pasar unos días y luego seguirán con lo suyo, como si nada hubiera pasado.
En España hace muchos años que se siembra odio. Y quien siembra odio, tarde o temprano, recoge cadáveres.

viernes, 22 de julio de 2011

Minorías tozudas.

Con la que está cayendo y algunos parece que no se enteran. Esta mañana el debate del día en una de las radios más escuchadas de Cataluña versaba sobre el idioma en el que se distribuyen las películas en el cine. Algo que, por supuesto, nos afecta mucho a todos y que ocupa uno de los primeros lugares en el ránquing de problemas que acucian a la ciudadanía (solo por detrás del paro y de la crisis).

Resulta que la última película de Harry Potter ha tenido pocas copias en catalán. Resulta que éstas han tenido poco público, si lo comparamos con una sala que la exhibía en castellano.
Unos explicaban sus peculiares teorías sobre conspiraciones orquestadas desde todos los estamentos sociales y comerciales en pos de la aniquilación del catalán. Otros explicaban que no tienen por qué llevar a sus hijos a ver una película en otro idioma que no sea el que se habla en la casa de estos (unos niños que luego asisten a clases con un inglés nativo que no sabe una sola palabra en catalán, que les pone películas de Walt Disney en versión original y que les cobra una pasta gansa a los padres, quienes pagan orgullosamente).

Probablemente, a la gran mayoría le da lo mismo ver la película en catalán o en castellano. El debate sería, más bien: ¿Por qué tanto empeño en distribuir copias en catalán cuando la gente, mayoritariamente, NO QUIERE ver películas en catalán? Si tienen que escoger entre el idioma o verla en 3D, escogen el 3D. Si tienen que escoger entre ir a un cine cercano o desplazarse para verla en catalán, se quedan en el que hay más cerca. ¿Qué más hace falta?

domingo, 17 de julio de 2011

Vacaciones.

No sabría decir si es masoquismo o si es mi ansia infinita de odiar y criticar a partes iguales. El caso es que sigo viendo esos informativos ridículos de los que os hablaba el otro día. Solo que ésta vez lo que me enfurece sin medida no son las formas, sino el contenido: ¡un fantástico reportaje sobre lo activas y estupendas que son las reclusas de nuestro país!

Allí estaban ellas, pintando alegremente durante uno de sus talleres. Manchándose la ropa (ji, ji, ja, ja), correteando de un lado para el otro (ji, ji, ja, ja), mientras la reportera, lejos de preguntarles a quién han matado, a quien han estafado o a quien le han arruinado la vida, les preguntaba qué tal les sienta esta fantástico y maravilloso taller. “Ay, si parece que no estemos reclusas”, decía una de ellas (ji, ji, ja, ja).
Como para no sentarles bien. Aunque, bien pensado, tienen tantas cosas por hacer, que sería posible que no encontraran adecuados este tipo de talleres. No en vano, en una cárcel uno no solo puede dormir en régimen de pensión completa, además dispones de:

- Gimnasio.
- Cursos de formación.
- Facilidad de acceso a estudios universitarios.
- Actividades varias, del tipo: teatro, radio, revistas...
- Facilidad de acceso al mercado laboral.
- Visitas semanales de tu cónyuge para mantener relaciones sexuales.

Y otras más, supongo. Tampoco quiero averiguar cuántas, en pos de mi salud mental (lo que queda de ella).
Por cierto. ¿Adivináis quién paga todo esto? Yo pensaba que se trataba de castigar a quienes rompen las leyes, no de darles unas vacaciones pagadas por las víctimas potenciales. En fin. Suerte tengo de que los seres adosados a los contribuyentes estamos exentos de hacer la declaración de la renta. De momento.

Vamos, que en mi próxima vida (como humana) me pido entrar en Gran Hermano, o en su defecto, ser ingresado en un centro penitenciario.

lunes, 11 de julio de 2011

Imposición.

Vamos a ver. Que alguien me explique esto, porque yo ya no entiendo nada. Cuando una va conduciendo por la carretera y ve una señal que dice: 100… ¿qué se supone que quiere decir? El sentido común, los examinadores del carné de conducir y el señor Google dicen que es el límite de velocidad máxima, pero yo ya no estoy muy segura.
Más bien parece ser un número obligatorio e invariable.

Si te pasas por encima, sueles encontrarte unos señores bien vestidos y educados que te recuerdan que has sido malo y que no debes ir a más de cien. Curiosamente, esa actitud amable en presencia y palabras nada tiene que ver con la violencia que traspúa de los papeles que te hacen firmar y en los que te hacen sabedor de que tu cuenta bancária está próxima a menguar.

Si te pasas por debajo, en cambio, el resto de usuarios de la vía te impelen a ir más deprisa a base de engancharse a la parte posteror del vehículo mientras se sirven de la boca y de la mano derecha para hacer gestos obscenos y lanzar improperios que, de todos modos, nadie más puede oír. No contentos con ello, algunos te adelantan enganchándose a la derecha, pitando y reincorporándose al carril unas décimas de segundo antes de tiempo. A veces con coches, otras con camiones de incontables metros de largo. Así varias veces al día. Todos y cada uno de los días.
Total, por ir a 80 en una vía dónde luce un 100 en las señales.

De modo que, probablemente, hay algo que he entendido mal en todo este asunto. Como suele pasar en la vida, uno puede estar engañado respecto a algo durante mucho tiempo sin darse cuenta. Puesto que no me apetece quedarme sin dinero ni quiero fenecer, no me va a quedar más remedio que seguir con la tiranía del número obligatorio e invariable que te marca a qué velocidad exacta se debe circular.

Pobres.

La crisis, la crisis. Parece que no se va a ir así como así. Al principio parecía un simple problema de confianza entre bancos que tenía que pasarse una vez se aclararan entre ellos. Luego la cosa se complicó con los déficits, los problemas de confianza de los mercados, etc, etc.

Ahora que ya llevamos unos años, está claro que la crisis no se arreglará hasta que no se les haya pagado la fiesta a todos aquellos que la disfrutaron mientras pudieron. Y que conste que no estoy hablando de macroeconomía. Con esto me refiero a las pobres medianas y pequeñas empresas. Las mismas que llevan meses y meses llorando a bancos, administraciones y empleados propios porque ya no tienen dinero para seguir adelante (al menos eso es lo que dicen).

Antes una se preguntaba por qué los bancos daban créditos a mansalva, o por qué la gente se compraba unos casoplones que no se correspondían con su nivel de vida… ahora yo me pregunto: ¿dónde está el dinero que ganaron las pequeñas y medianas empresas cuando las cosas íban bien? ¿Por qué van de víctimas cuando, en la mayoría de los casos, ellas también han pecado de excesos, de opulencia, de despilfarro, de dejadez?
Como siempre, el sentido de la responsabilidad se ha perdido por el camino. Como siempre, las cosas las acaba pagando el de abajo, que casualmente muchas veces es el que menos culpa tiene. Al ciudadano de a pie no le basta con estarles mirando la espalda a los banqueros ni con los continuos recortes de las administraciones, además tiene que estar pagando el dinero que sus pequeños y pequeñas jefes/as gastaron en su día:
- Llevando a la família a conocer otros continentes.
- Comprando coches de gama media - alta.
- Realizando actividades poco asequibles con regularidad (léase: submarinismo).
- Haciendo ostentación pública en bares y restaurantes de todo tipo.
- Haciendo ostentación pública de todo tipo de tecnología de última generación.
- Pagando seguros absurdos, plazas de parquing innecesarias, facturas de servicios varios que ascendían a cantidades astronómicas pero que se pagaban sin miramientos y sin espíritu de optimización.
- Pagando sueldos desorbitados… ah, perdón. Esto no. Curiosamente, esto es algo en lo que las empresas siempre han tenido ciertas ansias ahorrativas.

Cuando todo ese dinero (con el que ahora las empresas podrían aguantar y salir adelante, pero que gastaron como si no hubiera mañana) haya sido repuesto por los aguerridos y sacrificados trabajadores (quienes cobran menos y trabajan más bajo amenaza de quedarse en la calle), todavía no habrán vuelto las cosas a la normalidad. No. Antes es necesario que ellos recuperen el nivel de vida previo. Entonces y solo entonces, quizá los empleados vean recompensados sus esfuerzos del pasado y del presente. Solo quizá.

jueves, 14 de abril de 2011

Contra el aburrimiento: estupidez.

Una ya no puede estar tranquila cuando se dispone a ser informada. Te sientas dispuesta a que te expliquen qué ha pasado en el mundo y apagas la tele preguntándote si la gente ya se ha vuelto estúpida sin remedio. La globalización también afecta al mundo de la televisión. Mas no del capitalismo, sino de la vacuidad.

Las cosas no eran muy preocupantes cuando lo único desdeñable en los informativos eran ciertos comentarios entre presentadores que no vienen a cuento. O ciertos juegos de palabras absurdos nacidos en la graciosa mente del presentador de turno. Eso tan solo era un detalle de escasa importancia y duración. Sin embargo, la gente debía de encontrar en esas cosas un aliciente imprescindible. Poco a poco la alegría y la desvergüenza se fueron metiendo también en los contenidos y en los formatos, convirtiendo un producto supuestamente serio y riguroso en una retahíla de juegos de palabras, arriesgados pareados, vídeos repletos de imágenes sacadas de películas famosas, bandas sonoras que no vienen a cuento y la sonrisa perene de los presentadores, que no sé si se sienten orgullosos de lo que están haciendo o si se ríen de nosotros.
Así como quien no quiere la cosa, esa rima facilona tan típica de los alegres programas de la vida en directo (y con vida me refiero a actos cotidianos engrandecidos artificialmente por dicharacheros reporteros con un amplio repertorio de gestos grandilocuentes), se instaló en los otrora respetables informativos. Así como los absurdos montajes de vídeo propios de los programas de la prensa rosa, usualmente utilizados para explicarnos que en julio hace mucho calor, que en enero hace mucho frío y que en abril llueve que te cagas.

Mención aparte merece esa sección llamada deportes (ya un tanto absurda de por sí). Sin que mediara explicación alguna, las supuestas informaciones monotemáticas sobre un club de fútbol en concreto, derivaron en elementos más fugaces, susceptibles de ser engrandecidos y depuestos en el plazo aproximado de una o dos temporadas. De forma que ya no cansa que siempre se hable del mismo club, porque solo se habla de su entrenador. En cuanto termina la entradilla de la sección de deportes, somos invadidos con reportajes diarios sobre la rutina del ídolo de turno del madridismo (aderezados con rimas ingeniosas) y con un análisis pormenorizado de las siempre interesantes palabras de su entrenador, quien en el plazo de unos meses desaparecerá para siempre de las vidas de todos nosotros.

Recuerdo que cuando era pequeña me sentaba a ver el telediario de turno con la tranquilidad de estar viendo un producto serio y objetivo; aunque por aquel entonces no fuera consciente siquiera de estar disfrutando de dichas cualidades. Puede que en el pasado también nos estuvieran engañando, pero en tal caso no lo parecía. Ahora, en cambio, las apariencias no importan. Ahora, además, se ríen en nuestra cara.

miércoles, 23 de marzo de 2011

Señores con flores.

Vuelven las movilizaciones. Vuelve el “No a la guerra”.

Es poco discutible que la palabra “guerra” tiene connotaciones negativas, ganadas a pulso durante miles de años de historia. Principalmente porque en la guerra, entre otras muchas cosas, muere gente. Mucha gente. Podemos simplificar y dejar de lado todas las demás cosas que puede implicar (los vencidos, las represalias, etc).
Sin embargo, las guerras ya no son lo que eran. Una guerra ya no es una contienda en la que dos países (más o menos) vecinos plantan sus ingentes cuerpos de infantería en un campo abierto, uno frente al otro, y se matan los unos a los otros hasta que haya un vencedor. Y después, los vencedores no van a los pueblos de los vencidos a matar, violar y torturar a la gente que queda. Las guerras ya no son necesariamente así. Dejando de lado las razones (muy discutibles) que llevaron a Estados Unidos a atacar Afganistán, no se puede afirmar a la ligera que han ido a matar a los afganos, o a conquistarles, o a imponerles la constitución americana (Biblia incluida).

Entonces, vayamos al grano. ¿Porqué hay gente en contra de la actuación de algunos países en Libia? Digo actuación, porque decir “guerra” no se ajusta muy bien a la realidad si tenemos en cuenta que allí ya había guerra antes. Si, podemos discutir muy mucho sobre las razones que tiene cada uno para haber llevado sus misiles y sus aviones allí, pero en cualquier caso, ¿no están impidiendo que se cometa un genocidio?
El señor Gadafi había afirmado que estaba a punto de pasar a cuchillo a todos los rebeldes que seguían vivos; los que todavía no habían muerto bombardeados o de cualquier otro modo. Si no se hace nada, se critica la pasividad del imperturbable mundo occidental y la interesada lentitud de la burocracia internacional. Si se hace algo, de inmediato salen señores con flores en la mano diciendo “¡No a la guerra!”. Y yo me pregunto. ¿Estos señores están de acuerdo con que se extermine a los rebeldes? ¿Van a ir ellos cuchillo en mano a cumplir con las amenazas que Gadafi vociferaba? ¿O ellos habrían actuado de otro modo? Quizá todo se habría solucionado si alguien le hubiera enviado a Gadafi una carta pidiéndole por favor, por favorcito, que no mate gente, que eso no se hace. Se le adjunta un DVD sobre la vida de la ballena azul, un pack con la primera temporada de Heidi, y asunto arreglado. ¿No habría funcionado?

Quiero pensar que esta gente que lleva una flor de brillantes colores en el bolsillo de la camisa y unas pocas hojas incandescentes en la boca, no sabe muy bien de lo que habla. Imagino que, muy equivocadamente, piensan que Libia era un remanso de paz y armonía hasta que llegaron los avariciosos occidentales para matarles y llevarse el petróleo. Quiero suponer que no están apoyando a Gadafi.
En definitiva, si se interviene en una guerra para, en la medida de lo posible, salvar vidas, yo digo: Sí a la guerra.

viernes, 18 de marzo de 2011

Agitadores.


Hay ciertos momentos en los que una se siente orgullosa de la especie a la que pertenece. No por méritos propios, por cierto. Más bien por vergüenza ajena. Vergüenza y tristeza.

Acontecimientos recientes revelan un oscuro secreto que la humanidad guarda bajo llave, disfrazado con palabras falsas, desidia distraída y disimulos varios. El secreto de la oportunidad. Cualquier hecho que ocurra puede (debe de) ser aprovechado para el propio beneficio, sea éste material o moral. Un beneficio que está por encima de valores tan supuestamente elevados como el respeto, la libertad o la vida misma.
Bueno, no estoy haciendo un gran descubrimiento, solo que ahora se hace tan evidente que uno siente que la vergüenza ha sido arrinconada en la mente de las personas.

Sin duda estaréis al día de lo ocurrido en Japón. Una catástrofe terrible. Casi indefinible. Y sin embargo, ¿a qué se dedica el resto del mundo? ¿A ayudar? ¿A apoyar? ¿A dar consejos? ¿A dar ánimos? No. A crear alarma. A criticar. A dar el golpe de gracia. Primero, el terremoto. Luego, el maremoto. Después, los problemas con la central nuclear. Y por último, el resto del mundo.
Mientras ellos se esmeran con todas sus fuerzas para solucionar sus problemas, el resto se dedica a especular, a esgrimir palabras que sugieran muerte o destrucción y sobretodo a jugar a ver quien se acerca más al nivel de desastre adecuado para definir la situación (como si fuera "el precio justo”. ¿Os acordáis del concurso?).
Que los japoneses no hayan pedido ayuda no quiere decir que tengamos carta blanca para jugar con ellos desde nuestros pedestales. Creo yo, vamos.
A todo esto, los franceses parecen haber encontrado la oportunidad para reivindicar una especie de estúpido orgullo que está del todo fuera de lugar. Los rusos (que tantas razones tienen para permanecer callados en este tema) parecen haber encontrado una oportunidad para desquitarse de fantasmas del pasado, como diciéndole al resto del mundo: mirad, no somos los únicos. Algunos representantes europeos de alto nivel que han conseguido hacerse un nombre con declaraciones de muy dudoso gusto... la lista es interminable. ¿A dónde ha ido a parar la solidaridad?

Los estadounidenses han encontrado la oportunidad para crear histeria colectiva y vender fármacos contra la radioactividad. Pero no a los japoneses, que parece que son los únicos que han conservado la cordura. Sino a los propios estadounidenses. Que se encuentran a diez mil kilómetros. Diez mil.
Por último, los medios de comunicación han encontrado una oportunidad para crear alarma y asegurarse una buena cuota de audiencia durante días o semanas. Filtran y eligen cuidadosamente con el fin de crear un estado de ánimo cercano al terror y de generar debates que nadie ha reclamado. No están interesados en informar, desde luego. ¿Dónde está el sentido de la responsabilidad?

Cuando la gente haya tomado la decisión de no pisar la parte del globo comprendida entre Mongolia y Tejas, y cuando no se atrevan a comer pescado procedente del Pacífico (los reactores han sido enfriados con agua del mar), y cuando miren hacia el cielo en busca de una nube con una sospechosa tonalidad fluorescente... ¿quién va a decirles que todo era un montaje, que han estado... exagerando un poquito?
Da igual. Al fin y al cabo, no les importa. Una vez se sientan libres de la radiación, acabarán de fumarse los siete u ocho cigarrillos del día (cuyos efectos incomprensiblemente no les preocupan) y de paso harán ver que en Líbia no está pasando nada; no vaya a ser que suba más el precio de la gasolina.

lunes, 7 de marzo de 2011

Mercenarios.

Este artículo llega tarde. Era una ofensiva en toda regla contra el invencible OT, un desesperado intento de hacer ver la aberración que supone ese inefable programa de televisión. Afortunadamente, parece que la humanidad va entrando en razón, pues por fin ha fracasado rotundamente.

No es de extrañar si tenemos en cuenta que el programa se basa en ciertas concepciones erróneas. Terriblemente erróneas. Os recuerdo que la cosa va de cantantes. Bien, pues ahí está el problema fundamental, que lo que se entiende por cantante no tiene mucho que ver con lo que el programa trata de vendernos.
Para empezar, un cantante no es un jovenzuelo de dientes alineados cuya cantidad de feromonas por centímetro cuadrado sobrepasa con mucho la media nacional. Y no es el único requisito. Para entrar en el programa, debías cumplir otros diversos parámetros:
 Tener la certeza de que uno ha nacido para “esto” y haber dedicado tu pasado por entero a la consecución del sueño de ser cantante. O, en su defecto, decirlo hasta la saciedad.
 Ser atractivo. A menos que el número de elementos atractivos esté copado; siempre se puede ser el elemento divergente.
 Poseer el instinto ineludible de correr alocadamente por el plató, cual grácil gacela, cuando el jurado de turno confirme que se sigue en la academia.
 Llorar irremediablemente todas y cada una de las veces que se entre en contacto con los padres (probablemente cuando se oigan los inevitables “sé tu mismo” o “sé como tu eres”).
 Cantar de forma y manera que, sea cual sea la canción, se sucedan los gorgoritos sin sentido y las molestas florituras innecesarias. Como resultado final, un espectador atento (no adolescente) puede apreciar con claridad cómo el supuesto cantante no está pensando en lo que significa la canción y en lo que quiere transmitir, sino en “qué bien lo hago”, “ya verás ahora cuando que grito voy a pegar, se van a quedar todos muertos”.
 Querer mucho a tus compañeros. Y a tus profesores. Y a el/la presentador/a. Y a los maquilladores. Y al público. Y a la gente que vota. A todo ser viviente, en general.
 Sufrir diversos espasmos musculares mientras se canta una canción, causantes de apretones de mandíbula, de apretones de puños y de miradas que sugieren en todo momento que pretendes acostarse con el señor que maneja la cámara.

Bueno, la lista es muy larga, no quiero aburrir.
Luego, una vez salgan de la academia, sacarán un disco lleno de canciones clonadas, (versiones de verdaderos cantantes) o letras sobre féminas fatales que odian a los hombres por encima de todas las cosas, mientras (en los videoclips) se tocan y se dejan tocar por ellos en partes muy concretas de su cuerpo.

Yo pensaba que un cantante era otra cosa. Pensaba que se trataba de un artista, alguien que escribía para transmitir un sentimiento determinado, o una sensación propia, o simplemente explicar una historia. Pensaba que era alguien que componía, que era capaz de crear un estilo propio (en cuanto a contenidos, ritmos, melodías, etc), de elaborar discos con una personalidad definida.
Por lo visto, no es así. Un buen cantante simplemente es alguien que canta bien. Apliquemos este principio a otros supuestos artes. Pensemos en la danza. ¿Un buen bailarín es aquel que es capaz de transmitir con sus movimientos unas sensaciones determinadas o bien es aquel que es capaz de ejecutar una complicada maniobra con soltura? ¿Quién es el artista en el mundo de la arquitectura? ¿El que planea y diseña un edificio extraordinario o aquel que lo construye? ¿Estamos confundiendo artistas con ejecutores?
Quizá la culpa no sea por entero de Operación Triunfo. Ellos, al igual que las señoritas menores de edad, piensan que un señor que berrea las canciones de otros con mayor o menor gracia, es un cantante, un elemento digno de ser idolatrado. Como decía, quizá la culpa no sea de ellos. Y es que el mundo de la música ya era una estafa en sí mismo. Lo era cuando un cantante vendía una canción para ser cantada por otro. Lo era cuando un cantante no era más que un mercenario que compraba las canciones a otros.
¿Por qué no lo hicieron bien desde un principio? ¿No podría haber hecho una academia en la que cada concursante (de edad y atractivo variable) compitiera con los demás no solo cantando sino también componiendo, mezclando y definiendo un estilo propio?

En fin. Se acabó pasar las noches viendo a esos pobres chavales que se creen que son cantantes y que por extensión merecen pasar el resto de sus vidas viviendo en Miami. Posiblemente sea exactamente eso con lo que han estado soñando desde que eran críos, con que sacarían (comprarían) un disco cada cuatro años y pasarían el resto del tiempo montados en limusinas y jets privados.

Maldito tornillo.

El otro día volvió a pasar. Es algo que mi anfitrión ya no puede aguantar como antes; supongo que el paso del tiempo te va minando la capacidad de aguante y te consume la paciencia a partes iguales. Aunque muchas veces no me preocupa demasiado lo que le ocurra a éste sobre cuya pestaña me sustento, tengo que reconocer que a menudo entiendo sus cabreos.

El caso es que vino un señor a decirle que no quería pagar una factura. Los motivos iban fluctuando a medida que se desarrollaba la conversación; en un principio el motivo era el precio de la hora, luego la cantidad de horas y por último el valor del trabajo realizado. ¿Quién era este señor para valorar el trabajo? Incluso le puso precio él mismo. Te pagaré esto y ya está, decía frente a los incrédulos ojos de quienes le mirábamos. Si solamente has cambiado un ventilador, decía. Poco a poco, las personas allí presentes empezaron a sonreír, previo paso a repetir la misma retahíla de siempre ¿Si ya sabías lo que le pasaba, para qué me lo trajiste? ¿Si tan poco cuesta arreglarlo, porqué no lo arreglaste tú?
Se dice que lo importante no es quitar el tornillo, sino saber cual es el tornillo que hay que quitar. Pero la gente urde tramas dignas de guión cinematográfico con tal de que les averigües cual es ese tornillo y luego te dicen que para quitarlo ya lo habrían podido hacer ellos mismos.
Que curioso, verdad. Si un médico es capaz de diagnosticarte en un minuto y de curarte en cinco, entonces se trata de una eminencia, de un médico genial. Si un técnico repara tu ordenador en diez minutos, es un estafador.
Probablemente el caso del médico se explica porque no hay dinero de por medio. La gente solo es capaz de pagar (valorar) un trabajo cuando hay un esfuerzo físico evidente relacionado con el mismo. En otras circunstancias aparece el racaneo, la desvergüenza y la acusación injustificada de abuso o de estafa.
Por lo que veo, muchas veces no queda otro remedio que hacer el papelón para justificar un trabajo que ya está justificado. Hay que simular que el problema es más complicado de lo que parece, o que para quitar un tornillo hay que dejar la máquina en pelotas. En cuyo caso, se acusa al técnico de engañar a la gente.
He aquí el dilema. ¿Se ha de engañar a los clientes o se ha de sufrir por cobrar un trabajo bien hecho? ¿Hay que dejar que los clientes se sientan estafados, o hay que que estafarlos realmente (en cuyo caso no se sienten estafados)?

Como siempre, intento hacer extensibles los comportamientos humanos a las diversas circunstancias en las que se encuentran. Imaginemos que uno va a un restaurante y que luego no quiere pagar. El abanico de argumentaciones podría ser enorme. Del tipo: la berenjena rellena no estaba tan buena, me sale mejor en casa, o sea que te voy a pagar 2€ por ella. O bien: ya me pasaré a pagar si veo que la comida me ha sentado bien. Pero bueno, esto último ya es otro tema.

Compañero de piso.

He vuelto. Todo el mundo tiene derecho a un pequeño descanso, pero una no puede permanecer demasiado tiempo callada, no cuando esta realidad que nos rodea se hace espesa, borrosa e irritante. De modo que, tras un breve lapso en silencio, vuelvo a escribir mis infumables textos.

Y empiezo lamentándome de lo poco que se nos quiere. Con el poco trabajo que damos. Estamos viviendo tranquilamente entre los pelitos, sin que nadie nos vea, comiendo un poco de sangre y ya está. No hacemos ruido, no rayamos los muebles, no babeamos. No olemos a pelo raído. Y no tienen que recogernos la mierda. Sin embargo, los humanos prefieren rodearse de perros. Qué increíble injusticia. La necedad del ser humano no tiene parangón.
Además, es un hecho creciente. Hay días que contemplo horrorizada como las personas ya no caminan solas por las calles, ni siquiera acompañadas por miembros de su propia especie. Sino por perros. Solamente por perros. No se ve a nadie caminando solo. No se ve a nadie caminando junto a otra persona. Solo el binomio inevitable: un perro y un humano equipado con su bolsita de mierda.
¿Por qué los prefieren? ¿Porque son tontos? ¿Porque hacen caso de todo lo que se les dice, independientemente de lo que a ellos les vaya bien? No soporto la idea. Los humanos en su ansia infinita de comodidad y egocentrismo solamente consienten rodearse de criaturas fieles que les idolatren y les obedezcan de forma obcecada e indiscutible. Aunque ello implique que tienen que recogerle la mierda todos y cada uno de los días de su vida (en su punto álgido de calor y olor, por cierto).
Da igual que vivas en un piso minúsculo y que tu perro pese cuarenta quilos. Da igual que tu sofá esté lleno de pelos, o que el edificio entero despida un desagradable olor a pelo nada más abrir la puerta de la entrada. Da igual que los demás tengan que aguantar ladridos nacidos del capricho o de la histeria de una criatura irascible y violenta por naturaleza. Porque a los humanos se les puede engañar, diciéndoles que el perro pertenece a la raza “tranquilo_que_no_hace_nada”, pero yo sé que no es así. El que no muerde te babea. O te ladra. O intenta follarte.
Y sin embargo todo el mundo tiene uno o lo quiere tener.
A veces da la impresión de que el género humano ya ni siquiera cree en sí mismo. A veces pienso que hay más personas viviendo con perros que viviendo con una persona. En definitiva. El perro ya no es el mejor amigo del hombre, es el mejor compañero de piso.