viernes, 29 de octubre de 2010

El secreto.

El otro día pensaba en cómo hacerme rico. Mira que le di vueltas y vueltas, pero nada. No tengo ningún pariente adinerado, no me gusta trabajar y aborrezco la lotería. Sin embargo, aún me quedan esperanzas, como por ejemplo averiguar el oscuro secreto que se oculta tras los contratos subliminales.
Creo que ya sabéis lo que quiero decir. Si, hombre, lo usan esas empresas que de alguna forma consiguen meterse en las cabezas de la gente y les provocan un interesante bloqueo mental cada vez que uno contempla la posibilidad de rescindir el contrato con ellas. ¿Cómo lo harán? ¿Llevarán oculto en la letra pequeña una especia de mensaje hipnótico? ¿Se aprovecharán del inherente miedo-a-lo-desconocido? ¿Más vale estafador conocido que ganga por conocer? Efectivamente, debe de ser algo relacionado con el miedo, pues el terror que asola a los humanos en cuanto valoran la posibilidad de dejar de ser robados es tremebundo. Y completamente ilógico.
Si pudiera dar con su secreto me forraría; ayer se me caía un hilillo de baba al pensar en ello. Imaginaros que montara… no sé, una peluquería (¿porqué se me habrá ocurrido precisamente una peluquería?). Primero me haría un nombre, me forjaría una fama y poco a poco iría inoculando en mis clientes el lucrativo veneno del terror a lo barato. Les cobraría un pastón, pero ellos se irían de allí contentos, pensando que gracias a ello su alopecia remite, sus rizos son más rizados y sus extensiones más extensas. Conseguiría que pensaran que su pelo tiene el anhelado brillo-espejo-y-tacto-cashmere (con lo bonito que es un pelo sucio, es más entretenido para vivir en él). Y lo mejor de todo es que mis clientes jamás se dejarían convencer para cambiar de peluquería. Ante cualquier comentario del tipo “aquella peluquería de allí es más barata y te hacen lo mismo”, mis clientes responderían sin titubeos que la suya es la mejor. No dudarían ni aún en el supuesto de que toparan con alguien que además de ser sano fuera extraordinariamente elocuente, porque en cuanto mi cliente se encontrara sin argumentos saldría a relucir la prueba más clara de que el bloqueo mental es infalible: diría "algo habrá".
Algo habrá. ¡Algo habrá! Esa es la clave, ese es el mensaje que hay grabado en las cabecitas de las pobres personas. Pero no consigo saber cómo lo graban, no consigo averiguar el gran secreto. Empresas de telefonía, bancos, aseguradoras… todos lo tienen y yo no. Qué rabia. Tendré que seguir siendo pobre.