jueves, 25 de noviembre de 2010

Personas, no animales o cosas.

Pues eso. Es el último grito en publicidad. Ahora los bancos y las grandes empresas energéticas nos aclaran en sus anuncios que ellos también son personas. Ya. Bueno. Creo que nadie tenía dudas acerca de ello. Por supuesto, no imaginaba que las eléctricas de nuestro país estén siendo gestionadas por mandriles, ni que los bancos estén siendo llevados por comadrejas. En todo caso lo que cabría discernir es la categoría de dichas personas.
De modo que ya lo sabéis. Cuando tengáis que llamarles para reclamar, pagar facturas abusivas o comisiones sacadas de la chistera, recordad que ellos también son personas. Concretamente, ladrones.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Campeones.

La Formula-1 ha cambiado. Antes este deporte (o lo que sea) era más bien aburrido; dos se peleaban por el título y a media temporada ya sabías quien iba a ganar: el de siempre. Ahora es entretenido, pero fastidioso al mismo tiempo. No sé por qué razón, el título lo acaba ganando el niñato más malcriado e irresponsable.
Este año ha sido así, y por lo visto no es ninguna novedad. No hay más que mirar quien ha ganado los últimos mundiales para echarse las manos a la cabeza. De la lista solo se salvan Button y Raikkonen, que son lo más parecido a lo que debería ser un piloto serio y normal: conducir, ganar, sonreír, boquita cerrada, respeto a los compañeros, a los rivales y a la escudería que les pone combustible en el yate. El resto son una pandilla de indeseables.
A Hamilton deberían prohibirle salir de casa, ya no solo por el bien de sus compañeros de especialidad, sino por el bien de la humanidad misma. Vettel, el de este año, es el elemento más estúpido y arrogante de la parrilla: nadie le ha dado un Renault Twingo para competir después de haber jodido a su escudería y a su compañero por niñerías (y nadie le ha dicho que debería dejarse el casco puesto el mayor tiempo posible). Y hace unos años Alonso ganó dos mundiales. Un Alonso que en aquellos tiempos era bastante detestable y que ha tenido que ir ganando humildad y seriedad a base de palos.
Alguien debería decirle que vuelva a ser como antes, los pilotos simpáticos y dicharacheros ya no triunfan. Ahora hay que llorarle a tu patrón si no te pones por encima de tu compañero de equipo por méritos propios. Hay que echar las culpas a los demás cuando algo ha salido mal, a todos. Hay que buscarse una novia histérica y anoréxica para llevarla a todas las carreras a lucir sus uñas postizas y su cara de “sufro por mi chico porque me paga todos los caprichos”. Hay que saltar de alegría y abrazar a todo el mundo cuando ganas y hacer pucheros cuando gana tu compañero de equipo (repito: compañero). Hay que saltarse las leyes cuando conduces fuera de los circuitos. Hay que llevarse al padre a las carreras para que te de un caramelito si lo has hecho bien y para que te de un caramelito si lo has hecho mal. En definitiva, hay que ser todo un campeón.
Luego dicen de la Esteban, que da mal ejemplo y esas cosas.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Dudas de fe.

Lástima. Me ha sido imposible acudir a la visita del Papa a Barcelona. Con la de cosas que tenía por preguntarle.
¿Tienen las monjas alguna atribución divina para limpiar los altares? ¿Los pensamientos impuros tienen que ver con alguna obsesión por las manchas de grasa o la acumulación de polvo?
¿Por qué tanto empeño en que no hay que utilizar el condón? ¿Para que proliferen los embarazos? ¿Para que se conciban muchos niños?

Si Dios decide sobre la vida y sobre la muerte, ¿por qué en la antigüedad quemaban a las señoras con gatos? ¿No podía haberlas matado Él?
¿Dios perdona a los pederastas y no perdona a las señoras que abortan? ¿Será por que a Dios le gusta que nazcan muchos niños?

Si Darwin hubiese inventado el motor de combustión… ¿el Papamóvil iría tirado por caballos? ¿O funcionaría por combustión divina?
Cuándo al Papa le duele la cabeza… ¿qué hace? ¿Se toma una aspirina o se encomienda a Dios? ¿Hay farmacias en el Vaticano?
Si un obispo se rompe una pierna… ¿qué hace? ¿Ponerla en remojo en la Pila Bautismal? ¿Orar? ¿Acudir al hospital?
¿Hay hospitales en el Vaticano? ¿Para qué? ¿Será por que les gusta que haya muchos niños creciendo sanos?

Vaya hombre, parece que siempre llego al mismo punto. ¿Será cosa mía?

Escritor con ánimo de lucro y lascivia.

Voy a escribir un libro. No será una novela autobiográfica, por supuesto. ¿Qué interés iba a tener una vida tan penosa como la mía? En realidad este libro que tengo en la cabeza es más bien una inversión de futuro. A muy largo plazo, eso sí.
Se trataría de contar la historia de una virtuosa ladilla que sufre de las injusticias de nuestra sociedad actual y que logra sobreponerse a todas ellas gracias a una serie de sucesos hilarantes e inexplicables. Aquí viene lo importante, y es que el éxito de mi historia depende de hasta qué punto logre convertir dichos sucesos en hechos probados. Es muy sencillo, solo tengo que hacer que la historia transcurra en un contexto lo más realista posible y, sobretodo, utilizar un recurso llamado “fe”, que convierte de forma casi automática la ciencia ficción en historia de la humanidad. Si lo hago bien no solo seré creído, además conseguiré que mi ladilla virtuosa sea admirada hasta el punto en que todos deberán de hacer lo que ella hacía o decía. ¿No sería genial? Imaginemos, por ejemplo, que no me gusta el atún en escabeche y que por alguna desdeñosa razón no quiero que nadie lo consuma en los próximos miles de años. Bastaría con incluir algún episodio en el que la ladilla virtuosa le atribuyera propiedades pecaminosas y listo.
Pensando en lo que podría pasar dentro de unos años, se me dan la vuelta los ojos: los beneficios que podría obtener serían tan grandes que apenas puedo llegar a imaginarlos. Mi personaje sería retratado de todas las formas y maneras posibles, harían millares de edificios en su honor, las madres le canturrearían con devoción… y lo más importante, mis lectores acabarían pensando que sus vidas actuales no son más que un vulgar tránsito en el que no van a necesitar bienes materiales, los cuales serían convenientemente recaudados por los mismos que promulgamos dichas ideas. Menudo negocio.
De todas formas, cuantas molestias me voy a tomar para nada. Al final me temo que la rentabilidad tardaría demasiado tiempo en llegar, lo más probable es que no llegara a sacarle partido en vida. Y que dentro de dos mil años unos pocos afortunados puedan enriquecerse a mi costa, o cometer delitos sexuales con total impunidad y aprobación, no es algo que me motive demasiado.

lunes, 1 de noviembre de 2010

El comodín.

Qué pronto se acostumbran los humanos a todo. Durante largos años de bonanza la gente vivía bien y nadie se quejaba. Hasta que, de repente irrumpió la famosa crisis y todo se fue al garete. Bueno, con “todo” me refiero a esto de vivir por encima de las posibilidades de uno, cosa que hacía prácticamente todo el mundo. Los primeros tiempos de la crisis fueron tremendos, pero ah... el género humano ostenta una capacidad sin par cuando hay que adaptarse a situaciones adversas (bueno, en realidad no se adaptan, se aprovechan de ellas).
En un principio la crisis era cosa de un año. Luego de dos y después de cinco. Ahora parece haberse generalizado la opinión de que las cosas nunca volverán a ser como antes. Pero no pasa nada, a estas alturas la crisis ya no es un problema, es la solución a todos los problemas. Al fin y al cabo, las cosas iban muy bien cuando se vivía sirviéndose del (supuesto) dinero del mañana, pero la crisis ha descubierto un modo todavía mejor de vivir: sin dinero. Así de simple. Así de cómodo. Y cuando digo “vivir” me refiero a hacerlo como antes, sin quitarse de nada.
La crisis es el pretexto para todos. Es el pretexto perfecto para ti, empresario, que durante los años de bonanza has vivido como un rey, y que ahora puedes esclavizar a tus empleados como más te guste: puedes reducirles el sueldo o hasta no pagarles (la cosa está muy mal, lo entenderán). Ellos pagarán ahora el nivel de vida del que disfrutaste cuando las cosas iban bien (un nivel que hay que mantener a toda costa).
Es el pretexto perfecto para ti, ladrón de poca monta, que puedes romper los cristales de los coches con impunidad. Al fin y al cabo los funcionarios (policía incluida) ya no se esmeran como antes; también para ellos es el momento perfecto para no esforzarse. Es el momento, estimado funcionario, de no-trabajar sin que para ello haya que dominar el complejo arte del disimulo. Un pequeño ajuste del sueldo es motivo más que suficiente y conocido.
Es el pretexto para ti, desvergonzado, que siempre has soñado con no pagar por los servicios que te dan o por las cosas que compras. Llama para que vengan a repararte el ordenador, es el momento propicio. Luego, cuando tengas que pagar la reparación, ya no tendrás que decir que el ordenador no ha quedado del todo bien (aludiendo a razones vagas y poco claras). Di que no te gustaba el técnico porque tenía pelos en las orejas, o simplemente di que no tienes dinero. Pero sobretodo no pagues, hombre, no seas tonto.

Se dice que cuando no hay dinero sale a relucir lo peor. Menudo panorama nos espera, porque es precisamente lo peor lo que saldrá adelante de todo esto.